Una causa común de malestares en nuestra sociedad es querer controlar cosas que están fuera de nuestro alcance. Llevada al extremo, esta falacia de control puede desarrollar patologías. Cuanto mayor es el grado de control que queremos ejercer, mayor autoexigencia y riesgo de estrés tendremos.
Todas las personas lo hacemos en algún momento de nuestra vida sin darnos cuenta. Por ejemplo, cuando medimos lo que decimos pensando en la impresión que vamos a causar ante las personas que nos escuchan. No sabemos lo que piensan, ni cómo les condicionan sus experiencias, ni si han pasado o no por la situación en la que estamos. Y, sin embargo, condicionamos nuestros comportamientos intentando que otras personas piensen lo que nosotras queremos.
Como explicamos en el post sobre la gestión de la incertidumbre, a veces perdemos de vista que hay un área de control limitada y esto hace que nos cueste asumir y ver la realidad. Hay dos áreas de control: la interna y la externa. La interna es lo que yo digo, hago, pienso. La externa, lo que los demás dicen, piensan o hacen. La interna está bajo nuestro control, en la externa podemos influir, pero no está bajo nuestro control.
A veces no nos damos cuenta de que caemos en la falacia de control. Es un sesgo cognitivo que consiste en pensar que podemos controlar las cosas que están fuera de nuestro alcance. El problema es que, cuanta más atención prestamos a esa área de control externa, menos pensamos en el área interna. Preferimos esforzarnos en cambiar a otras personas, o en invertir la situación, en vez de aceptar la realidad y actuar en consecuencia. Este sesgo cognitivo conlleva altos niveles de autoexigencia y de estrés. A veces gastamos muchísima energía en intentar cambiar cosas que no están en nuestra mano, porque todo lo que podemos hacer es esperar o aceptar.
En el otro extremo estaría pensar que estamos a merced de las circunstancias, y que da exactamente igual no que hagamos, o que directamente no podemos hacer nada. Las personas que sufren este sesgo suelen ser personas con baja autoestima y mucha inseguridad, que tienden a depositar en otras personas las responsabilidades de su propia vida. Es importante no olvidar que hay cosas que no podemos controlar pero sobre las que sí podemos influir.