El secreto de las buenas decisiones

En principio, el proceso de toma de decisiones parece sencillo: creamos opciones, valoramos las ventajas y los inconvenientes y elegimos, evidentemente, la opción con más ventajas y menos inconvenientes. Fácil, ¿verdad?

No, no tanto.

Hay momentos en los que nos cuesta mucho tomar decisiones. Suele ser porque el mundo no es perfecto, nuestra vida tampoco, y las opciones que se nos presentan no siempre son las soñadas. Sin embargo, que las opciones no sean idílicas, o no lo parezcan, no las convierten en malas. Y el secreto para tomar una buena decisión empieza, precisamente, por atreverse a tomarla.

Para ello, debemos pensar que no hay una opción buena y otra mala, sino distintas opciones buenas. Debemos decidir cuál nos compensa más, pensando en que cada opción tiene cosas buenas y cosas malas, y, desde luego, evitando pensar que equivocarse puede ser terrible o catastrófico. Hay que evaluar los riesgos, evidentemente, y tenerlos en cuenta, pero debemos perder el miedo al fracaso, porque cometer errores es imprescindible para aprender. Es importante recordar que el coste de no tomar una decisión puede ser mayor que el de equivocarnos. Pensemos, por ejemplo, en la cantidad de decisiones que tiene que tomar un cirujano en poco tiempo. Muchas serán arriesgadas, tal vez tengan consecuencias, o efectos secundarios, pero no decidir implica no actuar y, probablemente, la muerte del paciente.

En ese proceso de evaluación de opciones y riesgos conviene también poner un límite: la parálisis por análisis es una de las estrategias que a veces tomamos y con la que, consciente o inconscientemente, boicoteamos nuestra toma de decisiones. Consiste en querer conocer TODAS las opciones. El problema es que no somos un ordenador y no funcionamos con logaritmos. Las opciones pueden ser infinitas y querer valorarlas todas nos llevará a no elegir una nunca. En algún punto hay que ponerle límite a la fase de análisis. Por ejemplo, si cuando decidimos independizarnos queremos visitar todas las casas de la ciudad, probablemente, seguiremos viviendo con nuestros progenitores el día que nos jubilemos.

Otro factor que nos frena a la hora de atrevernos a tomar una decisión es que elegir implica descartar. Pero, como dicen las abuelas, “todo en esta vida no se puede”: debemos asumir que habrá cosas de las que nos tendremos que desprender. Siguiendo con el ejemplo de la casa, salvo que nademos en la abundancia, tendremos que elegir entre metros cuadrados y ubicación. No nos podremos permitir las 4 habitaciones con vistas al mar, así que debemos pensar si nos vale con dos habitaciones o si no nos importa caminar un rato para ver el horizonte. Debemos buscar un equilibrio que satisfaga nuestras necesidades.

¿Qué podemos hacer para tomar una decisión difícil?

Para empezar, pedir ayuda o consejo, conversar sobre nuestras dudas. Muchas veces, el simple ejercicio de ordenar las ideas para explicárselas a otra persona nos ayuda a aclararnos. Otras veces, la experiencia de otras personas, o simplemente una visión desde fuera, nos puede ayudar también.

Para seguir, es importante limitar el número de opciones, descartar rápidamente aquellas que son disparatadas y quedarnos con las realistas. Para ello podemos también marcarnos plazos temporales, y elegir la opción más razonable en el momento en que se cumpla el plazo. Por supuesto, conviene recordar que podemos rectificar en el futuro, en vez de plantearlo como una opción definitiva.

Si el plazo para la toma de decisión es muy corto y no podemos cambiarlo, podemos, comenzar por una opción que no invalide las otras alternativas o, simplemente, elegir la primera opción suficientemente razonable. Si nos da miedo, podemos probar a exagerar mentalmente las posibles consecuencias negativas, hasta el desastre. Seguramente nos demos cuenta de que el peor de los casos posibles tampoco es tan terrible.

Por último, pero no por ello menos importante, cabe señalar algo que no siempre hacemos, aunque deberíamos, como es incluir el componente emocional en la toma de decisiones. Cuando hay muchas opciones parecidas en ventajas e inconvenientes, podemos escoger la que más nos gusta, la que más nos emociona o la que intuitivamente creemos mejor. Como se suele decir: escuchar lo que nos pide el cuerpo.

El proceso no acaba al tomar la decisión

Una vez tomada la decisión, toca hacerla buena. Trabajar para que sea posible y exitosa. Entre otras cosas, eso implica evitar la maldición del exfumador: Un sesgo cognitivo que consiste en poner la mirada en los inconvenientes de la opción una vez elegida, en lugar de centrarnos en las ventajas.

La persona fumadora suele pensar recurrentemente en dejarlo y en todas las ventajas que eso supondrá: ya no contaminará sus pulmones, tendrá menos opciones de enfermar, mejor forma física, recuperará el olfato y el paladar, tendrá un mejor autoconcepto, no se verá como una persona adicta y controlada por una sustancia externa; por el contrario, se verá más fuerte y capaz de dirigir su vida y tener control sobre sus actos, por no hablar del dinero que se va a ahorrar.

Sin embargo, en muchas ocasiones, cuando toma la decisión y deja de fumar, los pensamientos que pasan por su cabeza dan un giro de 180 grados y ya no se relacionan tanto con los beneficios de haber dejado de fumar, sino que su mente pone el foco en lo que ha perdido: el placer del cigarrito con el café de la mañana, el momento de relax y desconexión después de comer, o el sabor y la sensación de expulsar humo por la boca. Hace un proceso de abstracción selectiva o visión de túnel poniendo atención a lo que echa de menos y no a lo que ha ganado.

Este sesgo cognitivo ocurre en muchas otras decisiones en la vida. y es importante prevenirlo para consolidar la opción elegida y hacer buena la decisión.

Post publicado por:

Diego Delgado Agüera

Psicólogo Sanitario especializado Salud Laboral, ansiedad y estrés