«No me da la vida»

“No puedo, no me da la vida”. ¿Cuántas veces has escuchado esa frase en los últimos años? El estrés es un fenómeno que fue considerado un mal necesario durante mucho tiempo, y que ahora sin embargo se llega incluso a considerar cool en algunos entornos, sobre todo en Estados Unidos y Europa Occidental. En el Siglo XXI, el llamado primer mundo ha hecho que una de sus características principales sea considerar positivo el pasarse la vida corriendo de un lado a otro.

Séneca, filósofo romano y uno de los máximos representantes del estoicismo, dedicó parte de su tiempo a reflexionar sobre este asunto y, en su opinión, que una persona esté muy ocupada no es bueno, porque estarlo la distrae de las cosas que de verdad importan. Parece una evidencia, pero a veces debemos recordarnos que no todo lo que hacemos es importante. El hecho de estar haciendo algo no significa necesariamente que ese algo sea algo bueno, útil, interesante o significativo.

Un ejercicio interesante en este sentido consiste en preguntarnos lo siguiente: ¿si hoy fuera el último día de mi vida, querría estar haciendo esto? Os proponemos prestar atención a lo que hacéis durante el día y, por la noche, hacer una lista de al menos tres actividades a las que hayáis dedicado varias horas. A partir de ese listado podéis preguntaros primero si esas actividades están mejorando vuestra vida y, en segundo lugar, si las querríais hacer si este fuera vuestro ultimo día sobre la faz de La Tierra.

Un ejemplo bastante elocuente de lo que queremos demostrar lo representa el uso de las redes sociales. Si nos damos cuenta de que pasamos dos, tres, cuatro horas al día en las redes sociales, seguramente la respuesta a las dos preguntas que planteábamos antes fuera “no”. Esto será, por tanto, una señal de que le podemos quitar tiempo a una actividad que en realidad no aporta gran cosa, e invertirlo en algo que nos haga sentir mejor. Eso que nos hace más felices no tiene que ser productivo, puede ser algo tan sencillo como cerrar los ojos frente al viento o tumbarnos en la hierba. Un paseo en bici a ninguna parte. Quién sabe.

Con esto no queremos decir que debamos eludir nuestras obligaciones, ni que debamos esforzarnos por buscar cosas significativas que hacer a diario. Cambiar un estrés por otro tampoco tendría sentido. Simplemente se trata de buscar un equilibrio entre aquello que debemos hacer y lo que queremos hacer. De asegurarnos de tener ratos que dedicarnos a nosotros y nosotras mismas, y de, en esos casos, poner el foco en lo que que realmente nos hace felices.

Estresarnos haciendo cosas -y demostrando que las hacemos- para mandar un mensaje al resto del mundo de que valemos para algo, de que nuestro tiempo es valioso, no sirve para nada. Lo único que está bajo nuestro control son nuestras opiniones, juicios y decisiones, no las de los o las demás. Las opiniones ajenas pueden ser interesantes si aprendemos de ellas, pero si nos pasamos la vida intentando que opinen bien de aquello que hacemos, estaremos desperdiciando el tiempo, entre otras cosas porque las opiniones suelen ser volubles.

En este sentido, para muchas personas la pandemia de la Covid19 ha supuesto una bofetada de realidad que las ha llevado a un cambio de rumbo vital, relacionado con el trabajo, la ciudad en en la que viven o con quien. Frenar, aunque fuera de manera brusca y obligada, permitió a mucha gente hacer una reflexión profunda que solía retrasarse porque había algo urgente que hacer. El aprendizaje que podemos extraer de esta experiencia es que una vida feliz y saludable es aquella que nos permite centrarnos en lo que de verdad nos importa y, por supuesto, en por qué nos importa.

Post publicado por:

Diego Delgado Agüera

Psicólogo sanitario especializado en salud laboral, ansiedad y estrés