¿Cómo saber si mi hija tiene depresión?

Las estadísticas reflejan un aumento notable de los casos de depresión en la adolescencia, especialmente entre las chicas.

La depresión puede aparecer en cualquier momento de la vida, por supuesto, también en la adolescencia, y se ha convertido en una gran preocupación para padres y madres. Pero, ¿cómo podemos saber si nuestra hija tiene depresión? El riesgo que corremos con la adolescencia es achacar los síntomas de la depresión al proceso de crecimiento, puesto que a veces damos por hecho que es una etapa de conflicto interior en la que todo malestar tiene cabida. Sin embargo, síntomas como el llanto sin razón aparente, el desorden en el sueño o en la alimentación, la irritabilidad, o los sentimientos de desesperanza o de ira incluso por cuestiones menores, pueden ser manifestaciones de la depresión. También hay otros síntomas, como el mutismo selectivo o la timidez extrema, que están encubriendo depresiones.

Actualmente las estadísticas reflejan un aumento de los casos de depresión en la adolescencia, especialmente entre las chicas. En esta segunda etapa de la pandemia, las emociones como el miedo y el enfado -que aparecieron al principio- se han sustituido por emociones más relacionadas con la tristeza, con un estado de ánimo bajo.

Si tenemos dudas sobre si nuestro hijo o hija adolescente tiene depresión, no sirve de nada bombardearle a preguntas para intentar aclarar ese diagnóstico. No es necesario categorizar o poner una etiqueta de depresión a lo que está provocando ese estado de ánimo bajo. La depresión no es lo más importante en este caso, porque no deja de ser un síntoma de algo que hay detrás. Una depresión se puede localizar, pero es más importante incidir en lo que la causa.

Para saber si tenemos que tomar cartas en el asunto -y cuales- podemos prestar atención a varias variables. Por un lado, debemos fijarnos en la intensidad de esa tristeza y en su permanencia en el tiempo. Por otro, debemos tener en cuenta hasta qué punto afecta al desarrollo normal de su vida diaria. Detalles como las calificaciones académicas, el tiempo que pasan en soledad, un cansancio mayor de lo habitual o dejar de disfrutar de actividades que hasta ahora eran de su agrado, son indicadores que conviene vigilar.

Lo que siempre debemos intentar hacer es promover una buena salud mental en nuestros hijos e hijas, fomentando una buena alimentación, procurando que respeten su higiene del sueño y tratando de reducir su tiempo frente a las pantallas, facilitando actividades al aire libre, por ejemplo. Es muy importante también prestar atención a los procesos de duelo, y tratar de reducir su exposición al estrés.

Pasar tiempo de calidad con cada uno de los progenitores, de manera independiente, contribuye también a estrechar lazos y a generar confianza de cara al diálogo sobre, por ejemplo, la posibilidad de recurrir a ayuda profesional. A la hora de intentar abordar estas situaciones, es importante mantener la calma, establecer un diálogo respetuoso e involucrar a nuestros hijos e hijas para que tomen la decisión de hacer terapia. La imposición en estos casos suele ser contraproducente.

Julio Escudero Villegas. Psicólogo general sanitario, experto en adolescencia y juventud.

 


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