La muerte es un hecho biológico universal y natural. Sin embargo, los seres humanos somos el único animal que entierra a sus muertos. Los ritos alrededor de la muerte nos definen como seres culturales y son de gran importancia en proceso del duelo, independientemente de nuestras creencias religiosas.
A lo largo de la historia, el ser humano ha concebido diferentes ceremonias con el objetivo de honrar y reconocer a las personas fallecidas. Estos ritos han servido como ejercicio de aceptación ante la realidad de la muerte y de despedida a personas que han formado parte o han sido miembros de una determinada comunidad.
Las personas necesitamos estos actos que transciendan y que den forma a lo que sentimos a través la simbolización. Muchas veces no somos capaces de expresar con palabras todo aquello que nos gustaría transmitir. Los rituales son una herramienta que nos permite hacerlo, por eso son tan importantes.
La muerte puede vivirse de muchas maneras. De hecho, la variedad de celebraciones que existen en las diferentes culturas del mundo es inmensa. En algunas, los rituales se centran en dar cabida a emociones relacionadas con la alegría y la celebración mientras que en otras se centran más en la tristeza, el luto, el silencio…
Sin embargo, no debemos sentir estos rituales como algo impuesto. No es obligatorio ni necesario para poder iniciar un duelo, pero sí conviene tomar conciencia de la importancia que pueden tener para muchas personas. De hecho, pueden suponer el primer ejercicio de aceptación profunda de la pérdida personal a todos los niveles: emocional, cognitivo y espiritual.
¿Para qué nos sirven los ritos?
Como toda pérdida, las personas necesitamos sentir y afrontar un proceso de duelo en el que normalicemos y aceptemos la pérdida de la persona que ya no está. Los rituales de despedida sirven para preparar este proceso y predisponernos a la expresión de aquellas emociones que puedan aparecer.
Las ceremonias de despedida pueden funcionar como trampolín para facilitar el paso de emociones como la angustia, rabia, o la negación, a emociones más adaptativas como la tristeza, alivio o la resiliencia. A veces, necesitamos de estos ritos para aliviar la angustia que la muerte genera al ser humano.
No todo el mundo está preparado por igual para enfrentarse a la muerte. Disponer de un espacio social a través de un ritual para reducir esa sensación de descontrol y vacío que puede provocar una pérdida, ayuda a percibir cierta continuidad de la vida. Estas ceremonias sirven como apoyo social a las personas afectadas por la pérdida. El poder reparador de estos ritos es enorme, debido al acompañamiento empático que ejercen las personas que acuden. No deja de ser un espacio social donde se validan y se comparten todas nuestras emociones.
En ocasiones, cuando la persona fallecida se marcha, estos ritos también nos sirven para resolver cualquier asunto incompleto o no cerrado con ella, para pedir perdón o incluso agradecer experiencias vividas. Puede funcionar como cierre o despedida de la persona que ha muerto. Si no se tiene la oportunidad de hacerlo, es posible que eso afecte al proceso de duelo y se dé la probabilidad de que se desarrolle un duelo patológico, o más complicado de lo normal.
Ritos más allá del funeral
Si una persona no ha podido estar en un ritual de despedida a una persona, existe la posibilidad de poder realizar una despedida simbólica particular sin guion, en la que el doliente puede realizar un acto representativo que conecte con ese ser querido y simbolice la despedida a la persona que se ha fallecido. Estos actos son muy personales, pero entre los más habituales están el de acudir a un lugar representativo de la persona que ha muerto, soltar globos al aire, plantar un árbol, enterrar una carta emotiva, o hacer un pequeño viaje, por ejemplo.
Si hablamos de homenajes y aniversarios, también estamos hablando de ritos. El 1 de noviembre, por ejemplo, celebramos el día de Todos los Santos. Este día es, tradicionalmente, un momento para que el doliente pueda homenajear, a través de algún acto simbólico, como una comida familiar, o unas flores en el cementerio, a la persona fallecida. Estos ritos, aunque más distantes en el tiempo, no dejan de ser otro ejercicio de honra a la persona fallecida. También de expresión emocional para la persona que lo recuerda. Por eso nos ayudan en el duelo y en la gestión de las emociones complicadas que éste conlleva.