En primer lugar, revisemos lo que habitualmente hacemos cuando estamos tristes. Cuando aparece la emoción de tristeza, tendemos a desplegar todo tipo de herramientas para no sentirla. Por ejemplo, nos llenarnos de actividades que ocupen nuestro día y no nos dejen tiempo libre para conectar con nosotros. Otras veces, tratamos de autoengañarnos y fingir que en realidad estamos bien. Incluso podemos utilizar estrategias más dañinas para no sentir la tristeza, como el consumo de alcohol, de tabaco u otras drogas.
Tratar de evitar la tristeza no es algo individual o aislado. Se trata de una actitud que la sociedad refuerza. Vivimos con el mensaje de la búsqueda de la felicidad permanente, que nos invita a encontrar la fórmula mágica que nos permita estar felices 24 horas al día, 365 días al año. Sin embargo, vemos como cada día, en nuestra sociedad, hay más personas con un sentimiento de tristeza intenso y permanente.
¿Cómo es posible que, si el objetivo es estar siempre felices, cada vez haya más personas con ese sentimiento de tristeza permanente? ¿Quizás el objetivo de la felicidad constante no es posible?
Es importante que entendamos que no solo necesitamos sentir las emociones “agradables” como la alegría, la ternura, o el amor, sino que el resto de emociones, también las que nos producen desagrado, como la tristeza, el enfado o la culpa, son necesarias. Sí, has leído bien, ¡son necesarias!
Es importante que nos permitamos experimentar todas las emociones, porque todas tienen una función que cumplir: transmitirnos un mensaje. Si aprendemos a escuchar el mensaje que nos envían, nos ayudarán a adaptarnos a lo que nos ocurre y a lo que necesitamos. Son como nuestra guía, por eso debemos aprender a leerlas. Por eso, cuando tratamos de evitarlas, las emociones se hacen más intensas y posiblemente las sintamos durante más tiempo, ya que intentan hacernos llegar el mensaje que traen para nosotros y que, con tanto ímpetu estamos tratando de evitar, lo que produce un mayor sufrimiento.
La tristeza es una emoción que aparece cuando hemos sufrido una pérdida, no únicamente cuando perdemos a un ser querido o se termina una relación, sino también con otro tipo de pérdidas, un trabajo, proyectos, ilusiones… Por lo tanto, nos invita a parar y a recuperar energía, a cuidarnos, a dedicarnos el tiempo de reflexión necesario para asumir la pérdida y para soltar lo que tenemos dentro y poco a poco recuperar la energía necesaria para continuar.
Está claro que tratar de evitar la tristeza no ayuda, pero entonces, si estoy triste, ¿qué hago?
- Permitirte sentirla, aceptarla y comprender por qué ha aparecido. Intentar evitar la tristeza no hará que desaparezca. Como mucho, podemos «enterrar» dentro de nosotros o nosotras mismas la causa que la provoca, pero si no la abordamos, si no entendemos por qué nos entristece o por qué nos duele, permanecerá ahí, y será más difícil que identifiquemos lo que necesitaríamos proporcionarnos a nosotros mismos; como por ejemplo, darnos un tiempo de reflexión para asimilar lo que nos ha ocurrido, o pedir apoyo a alguien para transitar mejor por ese momento difícil.
- Bajar la autoexigencia, la cantidad de actividades y darnos tiempos para parar. Muchas veces nos exigimos tanto a nosotros y nosotras mismas que es imposible cumplir con las expectativas. Recordad que somos un ser humano con limitaciones, como todo el mundo, nos puede ayudar a relativizar y a tratarnos mejor. Por otro lado, la estrategia de llenar la agenda de actividades que no nos permitan pensar en lo que nos entristece es una manera de evasión que, como explicamos en el punto anterior, no suele dar buenos resultados a largo plazo.
- Realizar cuidados básicos, como una comida agradable, un baño largo, o escuchar música. Aunque no hagan desaparecer la tristeza por completo, algunas actividades cotidianas pueden ser muy agradables y hacernos sentir un poco mejor. De esta forma, podemos ir lidiando con el dolor de una manera menos intensa, más tranquila.
- Respirar y mantener el contacto con uno mismo. Centrarnos en la respiración puede ayudarnos a gestionar las emociones. Poner atención en nuestra respiración, en la entrada y salida de aire (en la inhalación y posterior exhalación), desde la observación, sin intentar controlarla, puede ayudarnos a entender mejor cómo nos encontramos. A partir de ahí, podremos decidir si necesitamos disminuir la intensidad, por ejemplo, respirar más despacio si nuestra respiración estaba siendo muy agitada, de forma que nos ayude a recuperar cierta sensación de calma.
- Buscar un lugar dónde sentir comodidad y confortabilidad, ya sea en casa, o en algún sitio de la ciudad o el campo que nos transmita tranquilidad. Tener un lugar en el que sentarse simplemente a respirar, cerrar los ojos y disfrutar de la tranquilidad, puede resultar muy sanador. La brisa y el sol pueden contribuir a reconfortarnos.
- Buscar apoyo y dejarnos cuidar y acompañar por personas que queremos. A veces tendemos a encerrarnos en nosotros y nosotras mismas, tal vez por no querer molestar o porque sentimos que no nos van a comprender. Tener una red de apoyo es fundamental y todos y todas necesitamos alguna vez que nos cuiden y nos apoyen. Si estás disponible cuando otras personas te necesitan, ¿por qué no vas a permitir que te ayuden cuando lo necesitas tú?
La tristeza es una emoción más, que si nos permitimos sentir nos ayudará a entendernos y a continuar. Si te resulta difícil de gestionar o se ha hecho más permanente en el tiempo, podemos ayudarte.